Albert Einstein fue único como físico teórico (salvo, probablemente, Sir Isaac Newton). Es probable que ningún otro ser humano en la Historia haya hecho más para cuantificar los aparentemente insondables misterios del Universo. Pero él no se preocupaba mucho por las matemáticas y decía:

“No te alarmes por tus dificultades en matemáticas. Te aseguro que las mías son aún mayores”. Sin duda Einstein entendía bien los límites de la cuantificación y las limitaciones de la mente al querer avanzar en nuestro entendimiento de cómo funciona el mundo. Un letrero que colgaba en su oficina del Instituto de Estudios Avanzados en Princeton, New Jersey, se aplica de igual manera a todas las búsquedas humanas, incluyendo la ciencia:

“No todo lo que cuenta se puede contar, y no todo lo que se puede contar, cuenta”.

Esa norma también se aplica a lo concerniente a los asuntos de negocios. Desde luego, siendo el padre de la relatividad, Einstein debe ser tomado en términos relativos. En ningún negocio se puede confiar todo y no contar con nada. Como tampoco se puede contarlo todo sin confiar nada. Todo es cuestión de equilibrio, aunque mis propios instintos me llevaron a depender mucho menos en contar y más en confiar. Las estadísticas en gráficos, tablas y cuadros se pueden usar para probar casi cualquier cosa en los negocios, pero los valores no calificables pueden permanecer firmes como roca.

Durante mi segundo año en la Universidad de Princeton, en 1948, esa lección comenzó a fijarse en mi cerebro. Fue ahí donde comenzó mi interés por la Economía, al estudiar la primera edición de Paul Samuelson, Economics: An Introductory Analysis. Enese entonces, la economía era altamente conceptual y tradicional. Nuestro estudio cubría la teoría económica y a los filósofos mundanos del Siglo XVIII como Adam Smith, John Stuart Mill, John Maynard Keynes y similares. El análisis cuantitativo, según los estándares de hoy, brillaba por su ausencia. Mi recuerdo es que el cálculo ni siquiera era una asignatura requerida. (Desde luego, los “matemáticos”, aquellos estrategas de cálculo que han inundado el sector financiero en las últimas décadas, y cuyo registro de seguimientos en la reciente recesión del mercado ha sido muy errático, todavía no habían ingresado a la industria).

No sé si darle crédito o culpar a la primera calculadora electrónica por dar inicio al cambio abismal en el estudio de cómo funcionan las economías y los mercados. Pero con la llegada de la increíblemente poderosa computadora personal de la actualidad y el comienzo de la Era de la Información, la aritmética hoy está en la silla, montando la economía. El excelente consejo de Einstein parece haber sido olvidado hace mucho tiempo: si no puedes contarlo, parece que no importa.

No estoy de acuerdo con ese silogismo. Sin duda creo firmemente que asumir que lo que no tiene medida no es muy importante, es equivalente a la ceguera. Pero antes de meterme en las dificultades de medir, por no decir tratar de medir lo inmensurable —elementos como la confianza, la sabiduría, el carácter, los valores éticos y los corazones y las almas de los seres humanos que juegan un papel principal en toda actividad económica—, quiero discutir las falacias de algunas de las medidas populares de la actualidad y los problemas que el gobierno, las finanzas y los negocios han creado para los inversionistas y la sociedad contemporánea.

Hoy en día, en nuestra sociedad, en la economía y en las finanzas, depositamos mucha confianza en los números. Los números no son la realidad. En el mejor de los casos son un pálido reflejo de ella. En el peor de los casos, son una desagradable distorsión de
las verdades que buscamos medir. Pero el daño no se detiene ahí.

No sólo confiamos mucho en los datos históricos económicos y del mercado, nuestra parcialidad optimista también nos conduce a interpretar equivocadamente la información y darle el crédito que pocas veces merece. Al adorar en el altar de los números y hacer a un lado lo inmensurable, hemos creado una economía numérica que fácilmente puede socavar la real.