Lo que se extingue de nuestra cultura lo hace afectando más de lo que pensamos. Una de las claves que permite que una sociedad y sus miembros, vivamos con base en la confianza, está a punto de dejar de existir…

Dicen que los dinosaurios desaparecieron por un repentino cambio climático, un arrebatamiento descomunal de la naturaleza. La realidad es que como tantas cosas que sucedieron en tiempos ancestrales lo único que tenemos son especulaciones, sin embargo lo que es seguro es que esas bestias que habitaban nuestro planeta se esfumaron.

Actualmente, según datos de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza, 5,200 especies de animales se encuentran en peligro de extinción. Definitivamente son demasiados seres vivos que se esfumarán de nuestra presencia. Triste realidad provocada por una combinación de factores; pero la principal causa de esta crónica de una muerte anunciada somos nosotros, las personas. Así como poseemos el poder racional para crear, transformar e inventar, también tenemos la fuerza e inconciencia para destruir y destruirnos.

Esa pavorosa capacidad de desaparecer entes del globo nos ha llevado a colocar en peligro de extinción uno de los principales elementos que le da coherencia, confianza, cohesión y estabilidad a las sociedades: la integridad.

Esta palabrita de diez letras es el principal factor de confianza en una comunidad. Donde hay gente íntegra las circunstancias y posibilidades se vuelven predecibles, sabemos lo que podemos esperar y contamos con que no van a suceder situaciones contrarias. En los grupos sociales donde permanece esta virtud la justicia existe, la inequidad disminuye y la confianza es un elemento presente en las transacciones y las relaciones.

Como contraparte, en los grupos humanos donde la falta de integridad es la constante, reinan la injusticia, la ley del más poderoso, las deslealtades, traiciones, conveniencias y abusos. Allí la hipocresía toma señorío y la desconfianza y la incertidumbre son los estados naturales de la mayoría. Es triste reconocerlo, pero muchas poblaciones, naciones y casas están inmersas en esta dinámica.

El anhelo desmedido por la riqueza, la sensación de tener poder sobre otros, la búsqueda permanente de satisfacer nuestros instintos y deseos, el afán por ser populares y la persecución de nuestra seguridad interior en factores externos nos ha llevado a vender, prostituir e incluso regalar nuestras creencias, compromisos y promesas, es decir, nuestra integridad.

Nadie puede corromper a una persona si ésta no escoge ceder; ningún hombre es seducido por una mujer si decide resistir los instintos que ella le despierta y las “oportunidades” de grandes ganancias por negocios ilícitos dejan de ser oportunidades cuando las llamamos por su nombre: delitos.

La integridad vive el gran riesgo de extinguirse; ante su ausencia las personas admiramos personajes de películas como “El Gladiador”; cuyo éxito no radica en la ostentosa producción del filme, sino en el inquebrantable carácter de Maximus, dispuesto a morir antes que entregar sus convicciones, negar sus creencias o traicionarse a sí mismo y a los suyos. Un hombre que exhibe un carácter férreo y admirable, que se sostiene en pie y leal a sus valores aunque le cueste dolor o perder beneficios. Le admiramos y aplaudimos su integridad tanto como disfrutamos de un bien realizado documental que nos muestra en imágenes de alta definición esas preciosas maravillas naturales que se han ido o están a punto de desaparecer. Vemos en ellas lo que anhelamos, lo que hemos perdido, pero aún admiramos.

¿Dónde está la integridad en los líderes sindicales, los gobernantes, los empresarios, los empleados, los comerciantes y en mí? Al igual que esas 5,200 especies la integridad tiende a desaparecer, somos las mismas personas que la admiramos quienes la estamos aniquilando.

Sin embargo hay esperanza, la podemos salvar, recuperar, revivir. Lograrlo es costoso, pero el esfuerzo bien vale hacerlo. Cumplamos nuestras promesas, tengamos metas más altas que el dinero, el poder, la fama y las posesiones; adoptemos un credo y apeguémonos a él; respetemos a los semejantes y las leyes; dejemos de buscar pajas en ojos ajenos y empecemos a cortar y erradicar la viga de nuestras propias pupilas. No hay atajos para la integridad, el precio es sostenernos fieles a lo que hemos prometido, creído y confesado a pesar de lo que sea: seducciones, ganancias, burlas, rechazos o beneficios mal habidos.

Evitar la extinción de una especie animal es algo digno de celebrar, recuperar la casi desaparecida cualidad humana de la integridad no sólo nos regresa una vida digna, respetable y satisfactoria, también abre la posibilidad a la conciencia y con ello a tomar decisiones y acciones a favor del prójimo, de nuestros seres queridos e incluso de todas aquellas especies que cohabitan con nosotros esta hermosa y gigantesca esfera azul que administramos, vivimos y disfrutamos.

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