Las cualidades de liderazgo que los latinos consideran más importantes son: honradez, confianza e integridad (50%), seguidas de la inteligencia, experiencia y educación (8%), el ser respetuoso de las personas y la comunidad (4.6%), el servicio a la comunidad (4.1%), y el ser afectuoso y compasivo (4.1%). La perspectiva de la comunidad latina sobre el liderazgo tiende un puente de unión entre las líneas raciales, políticas y culturales.

Muchos creen que ser líder es una cuestión de ir primero en una competencia, ser gerente, dirigente, destacar en una actividad, ser jefe o manejar un proceso. Inclusive otros incluyen a estadistas, jefes de bancadas políticas, jefes de organismos gremiales y deportistas destacados.  

Muchas veces escuchamos que tal o cual equipo de fútbol lidera el campeonato, o que un jugador ha liderado la delantera del mismo.   Si aceptásemos que ser líder es ir primero o destacarse en algo, o en su defecto dirigir o gerenciar una organización, estaríamos con un tremendo superavit de líderes en Latinoamérica. Hasta podríamos exportarlos a los países desarrollados que están ávidos por éstos.  

Además, estamos llenos de artículos de prensa que recomiendan acciones para ser líder, cursos y capacitación de todo tipo para transformarlo a uno en un líder. Algunas organizaciones publican sus avisos de reclutamiento señalando que son líderes en sus áreas de actuación.  

Lo que en realidad parece existir es gente capaz de dirigir, gerenciar, gobernar, supervisar a un grupo de personas frente a un objetivo, pero dudo que pueda liderarlo.  

¿Qué hace la diferencia en un verdadero líder?

No es la cantidad de cursos y títulos que posea, su posición jerárquica, sus orígenes o sus redes de contacto. No es su edad, sexo u ocupación, sino su preocupación por las necesidades de otros, su forma de encarar los desafíos con los cuales se enfrenta. Es su entusiasmo en mejorar las cosas, en crear nuevas oportunidades.  




El líder tiene pasión por una causa y desea dar algo de retorno para la sociedad. Este obtiene su recompensa por servir a otras personas.   Para lograr dar esperanza, el líder debe ser capaz de vender una visión positiva del porvenir, que sirva de puente entre el presente incierto y un futuro esperanzador. Los líderes son constructores de puentes, no de murallas.  

El liderazgo es un diálogo y no un monólogo, lo cual implica desarrollar cada vez más las habilidades de comunicación que las técnicas, donde el escuchar es básico. Difícil en un continente donde es costumbre no devolver las llamadas, menos un e-mail.  

La gente apasionada que desea liderar, generando empleo, desarrollando nuevos emprendimientos o cumpliendo funciones sociales, conforma una generación pujante que crece vertiginosamente, en forma rebelde y contestataria, como una reacción natural de rechazo a una sociedad que se sustenta en la racionalidad, en las normas, en las regulaciones y en el poder del Estado.  

Personas como las descritas arriesgan su reputación, sus posiciones y su situación económica al seguir el camino de una nueva solución fundamentada en una decisión no racional, saltando desde un territorio iluminado y conocido a uno desconocido y sin claridad, sin saber, como en el caso de Colón, si están al borde de un continente o en una pequeña isla.  




En síntesis, actuar más con el corazón que con la cabeza.  

Por el momento, ser líder no se enseña en ninguna Universidad local. Hay que buscarlo dentro de nosotros mismos, quizá en células adormecidas de nuestro cerebro, o quizá en nuestro propio corazón.   Creo que es hora de no condenarse a un destino gris, en empleos que lejos de apasionarnos nos hacen morir de a poco, en grageas de ocho horas diarias.   ¿Podría entonces alguien decirme quién reúne estos requisitos para denominarse líder? Yo no conozco ninguno, pero sí a muchos líderes de papel.  

Por: Fernando Vigorena Pérez