¿Ha pensado como líder empresarial, en la manera de hacer sentir a sus empleados que usted está comprometido tanto con su trabajo como con el que ellos desempeñan? Una de las maneras clave de mostrar a los demás su interés y compromiso no solo en lo empresarial sino en la vida diaria es la retroalimentación. La retroalimentación es aquella respuesta mínima que espera todo ser humano frente a la enunciación de una inquietud, la proposición de una idea o la comunicación de un sentimiento.

Imagine esto tan sencillo, que usted llega a un lugar, dice de forma muy amable “Buenos días” y nadie le responde. ¿Cómo se siente? ¿Cuáles son las suposiciones que vienen a su cabeza? No se puede negar que usted espera una retroalimentación.

Cuando no somos retroalimentados generamos bajas expectativas y frustración. Pongamos un ejemplo que es excesivamente común a nivel escolar: un muchacho realiza un trabajo solicitado por su docente, exigido para una fecha determinada. El estudiante realiza lo solicitado y el profesor, jamás devuelve el trabajo y no le informa al estudiante si lo que hizo estuvo bien, mal o en qué cosas podría mejorar. ¿Será este un estudiante que se siente motivado a incrementar la calidad de su desempeño? Quizás no.

Requerimos constantemente de evaluación. La evaluación nos hace mejorar, porque podemos llegar a detectar las falencias en nuestros desempeños. A nivel empresarial y de negocios la evaluación y por ende la retroalimentación es fundamental. Es la mejor manera de detectar en qué se está fallando.

En cierta ocasión un conferencista en temas de mejoramiento empresarial hizo el siguiente ejercicio para comprobar el valor de la retroalimentación:

Pidió a tres personas que le escribieran un chiste en una hoja. Las tres personas realizaron el ejercicio y lo primero que hicieron fue evaluar la cara de su examinador para ver si el chiste le había causado gracia. La persona que estaba realizando su experimento, ya estaba preparada para manejar las emociones en su rostro y se mostró totalmente indiferente. Luego, dijo a las tres personas que les haría llegar por escrito la retroalimentación de lo que escribieron. Así lo hizo.

A una cuyo chiste no era tan bueno, le dijo que lo escrito era excelente, lo hizo reír mucho y lo felicitaba con rimbombantes halagos. A otra de las personas, le dijo que su chiste le parecía muy normal. A la tercera no le respondió nada.

Posteriormente el conferencista reunió a estas tres personas y les preguntó cómo se sentían con respecto a su proceso de evaluación.

Quien había sido evaluado positivamente, fue muy sincero y dijo que su chiste no lo merecía. Quien fue valorado dentro de la normalidad enunció que le parecía justo ya que reconocía no tener gran talento para los chistes. El tercero expresó su total incomodidad y manifestó que le parecía increíble que él no tuviera nada que decir, añadió sentirse lastimado, ofendido e incluso ignorado como persona.

El conferencista pidió entonces a los participantes una reflexión sobre lo que había ocurrido. Los participantes llegaron a esta conclusión: es preferible incluso una mala retroalimentación a ninguna.

Es indispensable que hagamos sentir al otro nuestro acompañamiento en los distintos procesos que estamos llevando a cabo. Cuando no se retroalimenta y no expresamos lo que está funcionando bien o mal damos lugar a la suposición. Nada puede ser más fatal para cualquier tipo de vínculo sea personal o laboral que dejar las cosas al inmenso e incierto terreno de la imaginación.

Demuestre su compromiso a las personas con las que comparte tanto a nivel personal como laboral. Deles una retroalimentación de las distintas situaciones. Hágalo de manera asertiva. Piense en como quisiera usted que le comentaran o señalaran un error. Pero, no olvide, no retroalimentar siempre será la peor de las retroalimentaciones. No permita que esto suceda.