Es usual temer a lo que no conocemos. Las experiencias nuevas causan pavor. Pero, también y sobre todo hay que verles el lado positivo. ¿Cuántas cosas buenas se pueden esconder detrás de aquello que no queremos conocer?
¿Y si, por llenarnos de miedo, nos estamos perdiendo de una oportunidad maravillosa? ¿Se trata entonces de mandarnos al abismo con los ojos cerrados y sin paracaídas? No. Pero, la situación tampoco consiste en imbuirse de una negatividad aplastante y de millones de motivos y excusas que llevan a la inacción.
Las historias de éxito incluyen a muchas personas que se atrevieron a experimentar ante lo nuevo. De no haber sido así, el mundo estaría igual a una época antigua, cualquiera que deseemos escoger, para analizarla. Supongamos, si no hubiera existido la necesidad de buscar nuevas rutas para llegar a oriente, hoy no estaríamos leyendo este artículo. Un visionario, que de seguro tuvo mucho miedo, se atrevió y aquí estamos.
Y así, con varias personas que en su tiempo se llenaron de gallardía, soportaron vaya uno a saber quién sabe cuántas veces la palabra: ¡No!
¡Cuidado! Al NO que más le debes temer es al que te dices tú mismo. Tenle pavor a ese monstruo sin cabeza que puede llevarse tu vida por delante. Es ahí cuando te dices: “No, los negocios no son lo mío; no sirvo para los idiomas; no sé hablar en público, no puedo hacer eso…”.
Entonces al decirse tantas negativas, resulta más fácil quedarse donde conozco, así me esté haciendo daño o no me esté permitiendo progresar.
¿Para qué moverse a una ciudad nueva? ¿Para qué cambiar de trabajo? ¿Para qué buscar otras entradas monetarias? ¿Qué razón tendría conocer gente nueva?
Hay que acercarse a lo desconocido con un abrazo amoroso, tratando de medir todas las consecuencia posibles; mas sin llegar a perpetuarse en la excesiva reflexión porque esto detiene. No tenemos certezas sobre la vida, no seremos eternamente jóvenes, por ende, todo el tiempo, no estaremos ante la posibilidad de asumir riesgos.
Sería excelente poder evaluar nuestra vida en la madurez y llegar a decirnos: −¡Valió la pena tomar ese riesgo! Que miremos a nuestro alrededor y veamos la sonrisa de la mujer o el hombre que nos ama y pensemos: Yo aposté por ella o él. Que veamos nuestras familias y las comodidades que nos rodean y nos sintamos orgullosos de haberlo logrado, porque tuvimos la valentía suficiente de arriesgarnos a seguir adelante.
Editado: Ana Patricia Caicedo Cox