“Acuérdate que soy papá, por lo tanto pienso como papá y actúo como papá”. Esas fueron las palabras que dije a mi hija después de pedirle que se reportara conmigo por teléfono al llegar a casa de su amiga y ver la cara que puso de “ay papá”.

Sé que para muchos hijos no es agradable escuchar frases de ese tipo, a las que podemos agregar: “ya deja de estar en facebook que mañana tienes clases”; “no me gusta que te vayas sin desayunar”; “apaga esa luz y duérmete”; “necesito hablarlo primero con tu mamá, luego te digo”; “¿para qué traes el celular si no lo contestas cuando te marco?”; “¿qué te cuesta enviar un mensaje de texto para avisarme”; etc.

Esas oraciones y nuestros sermones frecuentes no son otra cosa sino una expresión de preocupación y cariño. Por increíble que parezca, así es. Como papás tenemos y sentimos la responsabilidad de educar, formar y cuidar a nuestros hijos; entramos en el paradójico sendero de querer hacerlos independientes y protegerlos a la vez.

Sí, ser papás es algo contradictorio, pues por un lado queremos no perder el cariño de los hijos, pero por el otro sabemos que nuestra función principal es formarlos para que salgan adelante si nosotros. En parte queremos que nos aprecien y en parte deseamos formarlos aunque perdamos popularidad. Hacer este trabajo no es sencillo por la simple razón de que nuestras emociones están en juego. Como papá puedo entender que los hijos escogen a sus amigos, no les son impuestos. Mis hijas no me eligieron, aunque para hacer justicia puedo decir que tampoco yo a ellas; sin embargo la sangre llama y lo hace en los dos sentidos; aunque tal vez el llamado del corazón del padre al hijo sea mayor que el de los hijos a los padres. Nuestra naturaleza, convenciones sociales, genética o designios divinos son así. Lo importante para mi no es cuál es la causa, sino que esa es la realidad. Me atrevo a decir, que en la mayoría de los casos, el peso relacional es más fuerte en los papás por lo que he vivido y observado. Le es mucho más sencillo al hijo meter distancia a la relación con sus padres que a éstos aceptar el hecho; los hijos, de acuerdo al ciclo de la vida, tienden a independizarse, marcar su territorio y formar su propia familia; para los papás sus hijos siempre serán su familia.

Ahora entiendo que fue más difícil para mis padres dejarme volar que para mi salir del nido; que cuando lo hice no era tan grande y maduro como pensaba. Finalmente comprendí que en lugar de querer la amistad de mis hijos lo que debo buscar es que en el futuro, un futuro muy lejano para mi gusto, puedan entender que las limitaciones, correcciones y hasta los corajes que hice, estaban basados en el amor y en el deseo de hacerles personas auto suficientes, responsables y de bien. En esta etapa de mi vida puedo ver que no importa que tan fuerte, atrevido y experto me haya considerado como hijo, mis padres siempre tenían más experiencia y mayor visión a futuro de lo que yo creía; podían y pueden ver mucho más perspectivas gracias a su kilometraje en la vida.

Es relativamente fácil ser progenitor, la naturaleza se encarga de ello; lo que es difícil es convertirse en buen padre. No me ha resultado fácil tomar decisiones que pueden determinar el frágil futuro de un ser humano que amo: “¿será un error dejarle ir?; ¿estoy siendo demasiado protector?, ¿tiene la madurez para vivir estas experiencias?; ¿le estoy consintiendo o realmente no importa tanto?; ¿es ya tiempo de que sufra las consecuencias de sus actos o las sigo pagando yo?”

A pesar de todas estas dudas, errores y temores hay algo que hace que todo valga la pena, y son los momentos en que les vemos alcanzar un logro; o esos instantes en que sin pedírselo se acercan y nos dan un abrazo, un beso o una simple llamada para saludar y saber cómo estamos su madre y yo.

Al reflexionar sobre todo esto me doy cuenta que no he sido un hijo ejemplar, que para ser un buen hijo me hubiera servido ser primero papá; sin embargo es evidente que la vida no es así y que el riesgo y nuestros errores son parte del proceso natural de aprendizaje y crecimiento. Mi esperanza de hacer un buen trabajo descansa en la promesa de la escrituras que reza que el amor cubrirá multitud de fallas.

Desde esta perspectiva puedo entender mejor por qué Dios ha establecido reglas y mandamientos que nos protejan y conduzcan a mejor futuro. No al futuro de diez, veinte o treinta años, sino a uno eterno. Puedo identificar con más claridad que la oración mas que una fórmula mágica para obtener beneficios es el vínculo con Dios, con un Dios padre que anhela, como yo, que le enviemos un mensaje de texto sólo para saludarle; una llamada para decirle como estoy o unos brazos que nos sirvan de consuelo y refugio para nuestro llanto cuando estamos en problemas o lastimados.

Comentarios a info@rafaelayala.com

Me resulta por demás interesante comprender que han sido mis hijas las que me han permitido entender con mayor claridad lo que es Dios como padre. Como me gustaría corresponderles permitiéndoles que a través de mí, ellas pudieran ver al menos un pequeño reflejo de lo que es la naturaleza y corazón del Todopoderoso como papá.