Sé que es de mala educación leer las cartas que fueron escritas para otras personas, pero hay unas que a pesar de tener un destinatario específico han sido publicadas para que aprendamos de ellas. Tal es el caso de las misivas que Saulo de Tarso (San Pablo) envió a su discípulo Timoteo en los tiempos en que el misionero, debido a que iba a ser sacrificado, sabía que se acercaba el fin de sus días. En ella el apóstol vierte consejos al joven líder y resume su productiva vida en tres afirmaciones: “He peleado la buena batalla, he terminado la carrera y he guardado la fe”. Tres breves oraciones que nos proveen claves importantes para tener una vida satisfactoria.
1. He peleado la buena batalla. Todos tenemos retos en nuestra vida, esto no es novedad. En ocasiones son enfermedades, problemas de relaciones humanas, desafíos profesionales, situaciones económicas, discusiones con familia o compañeros de trabajo, educar a los hijos y muchas otras. El hecho que enfrentemos adversidades no es lo más valioso de la aportación de San Pablo; la clave, desde mi perspectiva, radica en la palabra “buena”. Hay peleas buenas y malas. No todas valen la pena. Si queremos vivir con éxitos requerimos elegir qué batallas enfrentar y cuáles ni siquiera considerar. Imaginemos un ejército que invierte su energía en combatir riñas escolares o de cantina. Sería una pérdida de tiempo y recursos. Un ejército fue creado para salvaguardar la paz y cuidar el territorio de toda una nación, no para insignificancias.
De la misma manera nosotros necesitamos asegurarnos que enfrentamos las batallas valiosas. Para ellos requerimos definir qué cosas son las que valen la pena en nuestra vida. ¿Para qué invertir tiempo, recursos y energía en cosas pasajeras, irrelevantes y carentes de importancia?, ¿por qué discutir respecto al restaurante en el que vamos a comer o por el color con que se pintará la pared de la oficina? Pensemos en las actividades que consumen nuestros recursos, ¿son realmente valiosas?, ¿nos llevan a trascender?, ¿proveen beneficios importantes para nuestros seres queridos, el prójimo o nosotros? ¿Nos descubrimos en ocasiones desgastándonos demasiado para adquirir bienes que realmente no aportan a nuestra vida?, ¿vale la pena el esfuerzo? Sugiero que antes de entrar a una discusión o reto nos hagamos las preguntas anteriores y decidamos si vamos a enfocarnos en ello o no. No pelee cruzadas vanas, elija invertir en lo que realmente vale la pena.
2. He terminado la carrera. Qué bendición llegar a la vejez concluyendo que no alcanzamos el fin, sino la meta. Esta frase de San Pablo me recuerda la moraleja de Esopo sobre la competencia entre la liebre y la tortuga. Concluir la carrera nos invita a persistir, a mantenernos a pesar de las circunstancias, a no confiar en nuestras habilidades, contactos, dinero o poder, sino en nuestra tenacidad, constancia y convicción por alcanzar la meta. Por supuesto que no siempre las cosas saldrán como deseamos, pero ¿en qué vamos a concentrarnos cuando esto suceda?, ¿en continuar hacia la meta o en abandonar el recorrido? Si queremos llegar a nuestro destino debemos mantenernos en la competencia. Podemos reducir la velocidad o incluso caminar por un tiempo, pero siempre en dirección a la meta. Cuando claudicamos no sólo abandonamos el recorrido, sino el destino, nuestra razón de ser.
San Pablo tenía el propósito de extender las enseñanzas de Jesús de Nazaret a los no judíos, ésa era su meta. Permanecer en su carrera le costó viajar en tiempos inhóspitos; vivir intentos de homicidio; emboscadas, torturas, juicios y encarcelamientos. A pesar de ello se mantuvo en la pista. No vio los inconvenientes como un impedimento, sino como nuevas rutas dentro de la misma competencia. Durante el tiempo que se encontró en calabozos desarrolló discípulos entre los presos e incluso varias de sus famosas epístolas, incluidas las que envió a Timoteo, las redactó desde sus encierros. Vivir es una competencia de resistencia, no de velocidad. Somos parte de un maratón a campo traviesa, no de cuatrocientos metros planos. Si queremos concluir nuestra carrera debemos mantenernos en ella a pesar de cualquier situación. Mientras podamos respirar tenemos posibilidades, y pienso que también la responsabilidad, de avanzar hacia nuestra meta; es por ello que requerimos ponernos una que sea tan grande que valga la pena vivir y morir por ella.
3. He guardado la fe. Una frase tan sencilla de enunciar y tan difícil de sostener. Qué fácil es rendirnos si perdemos la esperanza; si dejamos de creer que es posible alcanzar lo inalcanzable; que lo que nos debe mover no es lo que nuestros ojos perciben y nuestras mentes comprenden; sino lo que nuestro espíritu cree. Fe es tener certeza de que sucederá lo que anhelamos; contar con la convicción de que tarde o temprano llegaremos a la meta, sin importar que tan grande o lejana parezca ser o estar. La fe nos permite sostenernos cuando todo parece contrario; es la energía interior que nos da esperanza cuando la realidad quiere robárnosla, es la reserva de combustible que nos lleva millas extras cuando el indicador señala que se ha agotado. Con fe podemos creer que el matrimonio se puede salvar, el hijo recuperar, la empresa permanecer y la enfermedad desaparecer.
Para quién confía solamente en sus capacidades, fuerzas, conocimientos y razonamientos la fe es un absurdo. Sin embargo la irracionalidad es la naturaleza de la fe, pues si algo es razonable, lógico y calculado, no requiere fe. Creer no es comprender, es saber que la vida es más que materia y nosotros más que químicos. Quien razona tiene el poder la mente; quien sueña, el de su imaginación y quien cree, el del espíritu.
Quizás algunos pensemos que nuestro fin está lejano. En realidad no lo sabemos; pero podemos tener la certeza que si actuamos bajo los parámetros que Pablo mostró a su pupilo, iremos en dirección a la meta. Pelear, elegir, correr, creer y tener un propósito valioso son cinco elementos fundamentales para dejar un legado trascendente, vivir y llegar a nuestro ocaso con satisfacción, orgullo y paz.