A menudo se escucha esta afirmación, con respecto a diversas situaciones que requieren de nuestro compromiso: “De veras lo he intentado 1.000 veces y no he podido”.

¿Y si resulta que el intento que te iba a sacar del atolladero era el número 1.001? Te has sorprendido diciéndote: ¿Y para qué lo intento, a fin de cuentas eso no se me da o no es para mí? Es decir, ni siquiera arrancas una primera vez. Solo tienes una manera de saber cómo te va a ir y es intentándolo.

Claro, a todo hay que ponerle una lógica sana. Puedes y debes persistir con tus propios retos y con aquellas cosas que dependen única y exclusivamente de tu decisión y fuerza de voluntad. Empeñarse en cosas como querer cambiarle el carácter a alguien, es una elección necia. Por eso siempre se escuchará: “los cambios deben empezar en ti”.

Otro ejemplo no puedes pretender ser bailarín de ballet o atleta olímpico a los 70 años. Pero, si podrías hacer un muy buen esfuerzo por cuidar de ti y estar saludable. Un hábito solo se forma repitiendo y eso crea la costumbre.

¡Es que ya lo intenté y no me funcionó! No quizás no has intentado lo suficiente. Muchos de los inventos que nos brindan calidad de vida hoy en día fueron ensayados y mejorados muchísimas veces. Salirnos de la comodidad o esforzarnos. El eterno dilema. Ante el cual anteponemos frases que justifican como: “es que soy muy bruto” o ante algunos aprendizajes decimos: “X persona me hizo odiar las…”, (completa la frase con el área de saber que te dificulta). Y así sucesivamente, culpar a otro siempre será más fácil.

A veces pareciera que los seres humanos requiriéramos de verdaderas dificultades para hacer algo con nuestras vidas. ¿Por qué hay tantas historias de personas con discapacidades, cuya situación literalmente los obligó a esforzarse un poco más? Es cuestión de revisar la literatura al respecto. Y adivina qué, muchas de personas con estas circunstancias pudieron. No se sentaron a llorar ni se dieron el chance de decir que no era posible. Por una razón muy sencilla: No se podían dar el lujo de rendirse.

¿Tendríamos la maravillosa historia de Helen Keller a nuestro alcance si se hubiera rendido? ¿Lincoln hubiera llegado a ser Presidente de los Estados Unidos cediendo ante el discurso de su vejez, que manejaban sus contendores políticos? ¿Y si Edison hubiera aceptado el fracaso, qué iluminaría nuestras vidas hoy en día?

Quizás te estés diciendo: “Yo no soy Lincoln, ni Edison”. Tienes razón, eres tú y tus logros y saber que te esforzarte por ellos es algo que mereces.

Editado por: Ana Patricia Caicedo Cox