El dinero, hoy en día, hay que buscarlo como sea y al precio que sea, sin darnos cuenta que éste es quizá el producto de más alto precio. Por obtenerlo estamos dispuestos a vender nuestro tiempo en la familia, la compostura de nuestros nervios, nuestras arrugas en la cara y el equilibrio emocional.
Un viejo amigo bastante ocurrente solía comentar que el dinero sólo valía para pagar las facturas. El problema está en la cantidad de facturas que cada uno de nosotros es capaz de generar.
Valdría la pena observar el contenido de su carro de compras a la salida de un supermercado, y preguntarse cuántos artículos de aquéllos hubiera comprado nuestra madre hace treinta años…Nos quedaríamos asombrados. El crecimiento de necesidades se ha dispersado en proporción geométrica, en una sed insaciable.
¿Se ha preguntado alguna vez cuántos aparatos de TV hay en casa? ¿Cuántos videos, cámaras, retroproyectores, equipos de sonido, discos, DVD, Blue Rays? ¿Cuántas botellas de alcohol se consumen al mes? ¿Cuántas noches se cena fuera de casa? Además de las vacaciones, las salidas al extranjero de todos los hijos, con suficiente dinero en el bolsillo, las vacaciones de Semana Santa, etc. Y ¿cuántos fines de semana se dedican al turismo, etc.?
La lista podría ser interminable mientras que el incremento de necesidades está pidiendo irremediablemente un aumento de dinero. Actualmente la tendencia es que hay que buscarlo como sea y al precio que sea, sin darnos cuenta que el dinero es quizá el producto de más alto precio. Por obtenerlo estamos dispuestos a vender nuestro tiempo en la familia, la compostura de nuestros nervios, nuestras arrugas en la cara y el equilibrio emocional. Todo vale y cualquier trueque es aceptable, pero es urgente una cruzada de sobriedad.