Un concepto equivocado común es que competimos para ganar y así experimentamos la felicidad. Hace poco escuché una entrevista al actor Morgan Freeman en donde se le preguntó si era más feliz ahora que había ganado una nominación de la Academia. El actor respondió con humildad: “Yo tenía una vida de felicidad antes que ganara el premio y en el presente sigo llevando la misma clase de vida. El premio que obtuve está en un estante como señal de un logro en un evento, pero no incide en la felicidad de mi vida”.
Morgan Freeman sabe que la competencia esencial es la competencia con uno mismo y la meta es mejorar las habilidades actorales o quirúrgicas o docentes, las que sean de cada quien. Si alguien considera que competir contra otro docente para ser el profesor del año y que obtener la distinción le va a dar verdadera felicidad, entonces va a continuar en una montaña rusa de emociones. Esta es la era de la cooperación.
Piense en algún momento en donde usted estuvo trabajando en un proyecto en el que todo el mundo cooperaba para hacer que el proyecto funcionara. ¿Recuerda la maravillosa y enriquecedora sensación de cooperación y de camaradería que experimentó cuando trabajaba en unidad por esa meta en común? Es indudable que la cooperación es mejor opción que la competencia. Una vida de competencias es desgastante y no trae verdadera felicidad. La competencia extrema termina por producir soledad y una vida vacía.